Año 2012. Regresé a nadar en mayo, después de una larga pausa que había dejado una parte de mí anhelando el agua. La sensación al sumergirme nuevamente en la alberca era como volver a casa. No pasó mucho tiempo antes de que mi entrenador sugiriera que me preparara para competir en el primer nacional de curso corto en octubre, que se celebraría en Aguascalientes.
Ese evento marcó el inicio de un capítulo increíble en mi vida. Gracias a nadar, he encontrado no solo una fuente constante de satisfacción personal, sino también una red de amigos que comparten mi pasión por este deporte. Nos hemos unido en la competencia y en la celebración de nuestros logros, grandes y pequeños.
Las competencias en las que he participado van desde estatales y regionales del Bajío hasta aguas abiertas y nacionales organizados por la Federación Mexicana de Natación Masters. Cada evento ha sido una nueva aventura, una oportunidad para medir mi progreso y para aprender algo nuevo sobre mí mismo y sobre los demás.
Nadar no solo me ha dado alegría y amistades, sino también grandes beneficios para mi salud. Mi nivel de glucosa se mantiene estable en 82.4, un recordatorio constante de cómo este deporte ha mejorado mi bienestar físico. La disciplina y la dedicación requeridas para entrenar y competir me han enseñado la importancia de la constancia y el esfuerzo continuo.
Cada brazada, cada giro en la alberca, me recuerda por qué volví a este deporte. No es solo por la competencia, aunque ganar es siempre gratificante. Es por la comunidad, la camaradería y la sensación incomparable de moverse a través del agua, sintiendo cómo cada músculo trabaja en perfecta sincronía.
Miro hacia atrás y veo un viaje lleno de desafíos y logros. Miro hacia adelante y veo más competiciones, más amigos por conocer y más victorias, tanto en la alberca como en la vida. Este es el legado de mi regreso a la natación en 2012, un viaje que continúa brindándome infinitas satisfacciones.